Palabra de Fútbol

Monday, June 25, 2007

Recuerdo cuando era bueno para el arco o el paso inevitable hacia la muerte.


Hace unos días volví a casa con la extraña sensación de que cada vez dejo algo en los días que pasan. Recordé, sentado al borde de mi cama aún con el pelo húmedo luego de una ducha, que hace ya bastantes años jugaba mejor que hoy al arco. Inevitable, pensé. Pero, ¿es este recuerdo nostalgia o melancolía? ¿Hay alguna diferencia? Nostalgia parecería ser el anhelo imposible de volver atrás. ¿Y melancolía? Quizás más bien estar arrojado hacia nuestro porvenir más próximo, que nos dona la indeleble experiencia de que las cosas nacen y perecen; nuestra propia muerte. Con su silencio mordaz pareciera ofrecernos la delicada aparición del acontecer, radicalmente finito, acontecer que inevitablemente emerge para desaparecer. Es así que esta disposición nos otorga quizás mayor sensibilidad para notar la fugacidad del instante, de que el sol sale para luego caer, que aquella alegría pronto desaparecerá, que aquella persona que hoy estrechas en tus brazos inevitablemente morirá. Y, a fin de cuentas, si así no fuera, ¿qué importancia nos daría? Si las cosas no fueran a desaparecer ¿nos importarían? Hace poco tiempo murió Kika. Suceso inevitable que envolvió su figura de todo el apreció que le tenía; su muerte, que siempre la esperó, la trasformó en algo que me importó y que hoy recuerdo. Entonces, experimentar la fugacidad del momento, abiertos hacia ese silencio demoledor que nos acompaña como lo más propio de nosotros (morimos personalmente me dijo un profesor alguna vez) puede abrirnos a una intuición más profunda del tiempo. Y así recordar, cuando era bueno para el arco, con un grato y melancólico tintineo de muerte.

luis felipe oyarzún montes

Wednesday, June 13, 2007

Para quién no goza con el futbol o la pequeña carretera de la vida


Hay algunos odiosos que no se logran explicar el por qué la afición por un juego tan siniestro como el fútbol. Sentados en sus casas esperan el glorioso día que el fanatismo que acarrea tan afamado deporte sea depuesto por el consuelo y la hermandad de la gente. Las riñas y balaceras productos de los descalabros dogmáticos de algunos hinchas sulfuran los ojos inocentes de aquellos incrédulos espectadores. Sin embargo, hay cosas que no tienen por qué. Más bien, desde ellas se logran armar entramados de razones para justificar lo que verdaderamente no tiene justificación. El vínculo entrañable del hombre con el juego puede ser uno de esos espacios. Pues, debe rastrearse en todo alguna razón suficiente, que nos dirija hacia el fundamento explícito. Si el juego es sin por qué, es decir, sin fundamento (sin razón, sin el juego es porque…) y sin embargo sobrecoge al ser humano desnudando su más interna falta de fundamento, aquellas personas que exclaman indignadas por esa estúpida pasión deben hacerlo desde algún suelo. ¿Y desde donde obtienen esas tierras firmes más que desde sus concepciones de mundo, creencias, esperanzas, deseos? Pero, aquel que se ve afectado por el vértigo insondable del juego recibe un don desde la nada. Si el juego no tiene otro sentido más que el dar sentido, la vida se descubre como ese espacio de juego donde todos somos jugados. Los dados se lanzan a sí mismos y vemos a algunos reírse de nuestra propia carencia y jovial precariedad. En fin, no es cosa que le guste o no le guste el futbol. Quizás es cosa de ver en qué lugar del cosmos estamos pequeñisamamente parados. Como por ejemplo, en este mismo momento, en que escribo estas lineas, que pronto serán olvidadas o botadas al costado de una larga y a la vez corta carretera.

luis felipe oyarzún montes