Palabra de Fútbol

Sunday, April 10, 2016


HABLAR DE FÚTBOL
por Cristóbal Briceño


  Cuando escuches fútbol por la radio trata de imaginarte el partido, es imposible. El relator se ha vuelto incapaz de traspasar a palabras la acción futbolística. Es penoso, un pobre ramillete de muletillas y acentos forzados. Y eso que el relator radial no es tan malo como el televisivo, que está más preocupado de hacerse el gracioso que de cualquier otra cosa. ¿Desde cuándo esta obsesión del periodista deportivo por ser chistoso? ¿Es que confundirán chistoso con encantador? Encantador era Julio Martínez, quien precisamente no intentaba ser gracioso. Porque ser gracioso no se intenta, se es, y no es para todos, no es algo que se pueda desarrollar. Por el contrario, quienes lo intentan tan desesperada e insistentemente, resultan muy irritantes.
  Y los comentaristas, qué casta incorregible. Habiendo tanto detalle técnico interesante por desgranar, se pasan el partido preocupados de emitir minúsculos juicios de valor y endebles advertencias morales. “Si el equipo sigue jugando así puede pagarlo caro”, “Vidal tiene que controlarse”, “en el segundo tiempo demostró toda su jerarquía”.
Por su parte, el periodista de campo, acaso el más afortunado de todos, que no solo ve el partido libre de obstáculos y a ras de pasto, sino que además tiene acceso a conversar con los atletas en su misma naturaleza, malgasta su buena fortuna con tristísimas afirmaciones disfrazadas de preguntas. “Fueron claros dominadores y se llevan los tres puntos, hoy duermen como punteros” tras lo cual le pone el micrófono en la cara al desdichado lateral derecho que empieza por decir “buenas noches, sí…” Qué crueldad.
   Y sigamos, que hay más, con los analistas, que durante la semana debieran dar opiniones maceradas y reflexivas. ¿Dónde se esconden? Horas y horas de lunes a viernes divagando frente a los micrófonos para soltar obviedad tras obviedad, amparados en el más soporífero sentido común. Hay excepciones, voces que dan cuenta de procesos mentales que necesitaron algún rigor, como la de J. C. Guarello, quien maneja hartos datos históricos y sabe bastante de política, de redes de influencia y círculos de poder, pero poco de fútbol. O acaso no le interesará, porque nunca habla de eso.
   Así, el poco amor por ver fútbol se extiende a todo el aparato periodístico. De la prensa escrita a los compactos de goles, que prefieren darle segundos de pantalla a las celebraciones antes que mostrar la jugada de gol desde su inicio, y no en sus últimos tres toques. Porque el gol se construye sutilmente, se arma delicada y tenuemente, sin chistes. Y el que está pensando en cómo hacer un chiste se pierde el espectáculo silencioso de la jugada.
   Los dos problemas que distingo principales provocados por esta ceguera futbolística son 1) que los televidentes y radioescuchas nos aburrimos soberanamente teniendo que soportar semejante filtro, al punto que a veces casi nos arruinan una experiencia que merece ser de pleno goce, y 2) que el medio periodístico, con su enorme capacidad acaparadora, va construyendo un raquítico discurso futbolístico que envenena a la población, y especialmente a los niños, que crecen acostumbrados a esta pobreza discursiva que me temo acaba también reflejada en la cancha. Basta escuchar cómo se expresa un futbolista uruguayo después de un partido. La palabra puede tallar el espíritu, o desecarlo.